Y era de nuevo eso, esa sensación que se cuela entre las vertebras, ese nombre que te cala hasta los huesos, que te mantiene al pie de cañón. Eran sus latidos que se me pegaban a las comisuras de los labios, esa lengua viperina que enrollaba sus sueños alrededor de los míos. Las risas que se fundían con todos y cada unos de los poros de mi piel.Y llegaba de nuevo esa dependencia que creía muerta, esas ganas locas de pasar las 24 horas del día bajo sus brazos en silencio, mirándole como si fuera el único paisaje existente en este mundo.
Volvía a necesitar querer a cada segundo de día, a cada momento de su sonrisa. Y es que bañarme en sus pupilas era lo mejor que me había pasado, besarle era éxtasis ínfimo, así como el calor de sus mejillas.