El dolor se sumía en mis costillas obligándome a retorcerme del mismo modo que se encogía mi corazón, hacía dentro. Jamás hubiera creído que sacaras tu lanza, afilada como los reproches, envenenada como la traición, y la clavaras en mi sien destrozándome el sentido.
No era justo que después de tantas palabras las que más me dolieran fueran las que no decías, las que callabas, las que dejabas hibernando en un algún lugar entre el ego y el egoísmo. Y yo, que había mostrado mi vulnerabilidad, que había acudido a negociar sin más estrategias que la de terminar todo esto, me encontrara en posición de jaque.