lunes, 21 de diciembre de 2020

301

Apareciste como oxígeno cuando me estaba ahogando, como brújula para desmarcarme el norte, y me recordaste que no hay mejor camino que aquel que decida tomar.

En nuestro paréntesis no se paró el tiempo, ni el mundo dejó de girar. Nadie proclamó una revolución, ni volaron cohetes en forma de victoria. Fue lo que tenía que ser en el instante que lo necesitamos. Fuimos espejo: reconociendo nuestras heridas en la piel del otro, nuestras dudas sobre la mesa, y el problema. O como bien dijiste, la solución.

Siento que empiezo a descubrir aquello que me magnetiza a ti como imán al metal: tu libertad. Tus alas. Todo aquello que te aferra al lado salvaje de la vida y que yo deseo descubrir, tirarme de cabeza sin bote salvavidas y sin previsiones anticipadas. Me absorbe tu manera de mandar lejos los comentarios ajenos, que te tenga sin cuidado el qué dirán y qué pensarán. Tu locura. 

Observándote a ti descubro aquello que me falta, los huecos vacíos de mi camino, pero también el fuego que alberga mi alma y la fuerza de mis pasos. No sólo me das poder, si no que me recuerdas que ya lo tengo y me obligas a usarlo, casi como un acto de egoísmo reparador. Tu bofetada de realidad me escuece en las mejillas, recordándome que nadie más que yo decide mi destino y me impulsa para no quedarme atrás en la carrera.

Gracias por seguir siendo mi persona, mi dosis de adrenalina ante un choque anafiláctico, la sacudida que me despierta el caos de pensamientos y emociones en mi alma, y la fiesta que me queda pendiente. Le debo una a tu olor a pan recién hecho, a la espuma que flotaba en la bañera y a tu conservación en desarrollo.

Eres genial PE.