Encontrarte entre las esquinas de este óvalo era mi mayor afición, pues casi siempre aparecías con esa sonrisa que me enloquecía. Cuando me mirabas así, como si nada más que nosotros pasara por tu alrededor, tus labios pedían a gritos ser devorados, y yo, sin clemencia alguna, torturaba todos y cada uno de los sentidos de tu cuerpo, dándote una guerra que el mismo Irán hubiera envidiado, pero verás, la tregua solo se paga con más, siempre mucho más.
Tenerte entre mis sabanas surcando mis besos, navegando por el mar de tus latidos era el cielo de muchos y sólo el mio. Encontrarte entre sietes y algún que otro te quiero se había vuelto costumbre y no pretendía, por nada del mundo, cambiarla.
Creo que, sin duda, lo que me había sucumbido a ti había sido, y de echo es, tu manera de perseguirme con tus miradas mudas, o de hablarme entre susurros al oído o simplemente la manera que tienes de electrizarme cada vez que me besas en la yugular, robándome la razón o las ganas de parar.
Sos relinda
ResponderEliminarcuenta la leyenda que marina escribia
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