jueves, 11 de febrero de 2016

¡BOOOM!

Hay trenes que no admiten pasajeros, que van a marchas forzadas, temerosas. Trenes que no quieren parar en ningún andén que no les ofrezca un rato de lujuria sin compromiso, unas paradas de risas mezcladas con caricias, con recuerdos quizás, o no. Los vagones ya están demasiado llenos de estos.
Los billetes son de ida y vuelta, nunca nadie se queda más de lo que a estas vías les apetece.  Y es justo cuando uno empieza a sentirse cómodo entre todas sus habitaciones, cuando empieza a encontrar puertas aún cerradas, que el tren se detiene, se frena en seco como un aviso de aquello que no debes, que  no puedes, que dolerá. Las puertas están abiertas a todo aquel que pueda pagar el peaje, el olvido y tener las fuerzas necesarias para no aferrarse demasiado a todo lo que esas ruedas cargan. Puede que sea eso, un tren de carga. Alguien que no está destinado a tener un viaje fácil, que le gusta tanto lo complicado que se le han oxidado las marchas.

No me quedo. Anticipaste mi huida, como siempre, como si ya supieras que no iba a permanecer demasiado tiempo, lo justo para reabrirte un poco las heridas y verter veneno en ellas. Pero que se le va a hacer; hay trenes que simplemente nos recuerdan que algo fue real y...... ¡BOOOM!

lunes, 1 de febrero de 2016

I'm a mess.

Escribo esto con la soga al cuello, buscándome sangre en alguna de las venas, cortándome en prefacios para sentir, de nuevo, algo doloroso, excitante, vivo; como el éxtasis que me produce verte al otro lado de la pantalla y fingir una sonrisa. 
Mentí, mentí cuando me prometí que sería la última vez que te juraba venganza, la última vez que desearía esconderme en alguno de tus huecos, pero que narices, si estos ya están ocupados.  

Hoy huyo de ti, de mi, de todo aquello que me pueda recordar aquello que fuimos. Prefiero amarrarme a cualquier cabezal y maldecir a afrodita por no traerte de vuelta, que llorar lagrimas vacías, o llenas de palabras que jamás pronunciaré. A la mierda tú y tus besos que ya tienen cómplice de viaje. 

No te engañaré, ya sabes que nunca lo hago. A veces me cuesta encontrarme, mirarme al espejo y recordarme que no aparecerás por detrás dándome un abrazo. Otras veces, con la cordura en la suela de los pies, pisoteada por tanta falta de ti, me envuelvo en cualquiera que sea capaz de estrecharme con fuerza, con seguridad; prometiéndome la eternidad en 20 minutos, en un orgasmo, en sollozos callados a gritos. 

Tengo el cuerpo a prueba de ti, de todas tus balas disparadas a media noche, de todas aquellas palabras que leo, de vez en cuando, sólo para hacerme creer que no ha podido ser tan fácil olvidarme. Que en algún momento te invade la nostalgia. igual que a mi boca. Que no soy la única que desearía una sacudida de las tuyas a fuego lento bajo la cintura. Pero qué digo, si tu ya has encontrado otras piernas a las que dejar sin fuerza, a las que regalarse el cielo lleno de estrellas efímeras y sin miedo a la clandestinidad.

He tenido delante mío tantos ojos que fingían ser tus pupilas, tantas manos que imitaban tu grandeza que he decidido dejar de buscarte. Entiendo que no hay esquinas en este atolladero, que el caos es sólo mío, como siempre. Tú ya estas desenredado de este nudo que se formaba entre mi lengua y tus dientes. El roce eléctrico de tus nudillos sobre mi clavícula ha pasado a destellos de luz fragmentados por las lágrimas y te quieros demasiado rápidos. Pero bueno, que le vamos a hacer si a ti el corazón te late con tanta fuerza después de esta huida. 

Capaz, yo también soy capaz de olvidarte, pero no demasiado, sólo cuando las sábanas estén calientes y el miedo escondido bajo la almohada. De mientras seguiré aquí, con el flujo sanguíneo entrecortado, esperando que una casualidad me recuerde lo que es el amor de nuevo. 

Y siempre, siempre te escribo con el corazón en la mano, sin rencor, sin odio. Sin ti supongo.