Tú, que siempre apareces cuando menos lo espero. Tú, que me salvas, me hundes y me retuerces en todo lo que debimos ser una vez, en todo aquello que dejé pasar por equivocarme de nuevo, por apostar por todo aquello que ya estaba perdido. Tú, impasible luchador que amenazas eternamente con robarme los suspiros y el alma en uno de ellos, ya tienes, aunque no lo sepas porque jamás te lo diré, la mitad de mis versos a tú favor.