No voy a negártelo, estoy asustada. Desatas en mi unas ganas irrefrenables de vivir, inspiras cada centímetro cúbico de mi piel a ser mejor, a perdonar y saber pedir perdón. Siempre he tenido miedo, a veces por ti, otras por mi; a veces incluso por cosas que ni si quiera nos conciernen a nosotros; pero sí; tengo que reconocer que he sido cobarde y no sabes hasta que punto el miedo frena, retiene y paraliza. El problema es que de repente llegas tú, con esos brazos que amenazan con abrazos y esa mirada de color miel que susurra muy alto y en poca palabras que sigue ahí, que seguimos justo ahí, donde nada ha terminado y todo está por empezar.
Siempre me ha parecido increíble la manera que tienes de aparecer, de transformarte en momentos, en besos, en palabras que tiene vía directa al corazón. Lo haces de una manera diferente, especial; tan tuya y tan poco de los demás. Erizas mi piel con tus letras, con todas ellas. Me siento humana entre tus brazos, fuerte, decidida y a la vez pequeña, frágil y asustada. Sólo tú tienes la capacidad de hacerme feliz al 100% (¿Sabes de que sensación te hablo, verdad?) y romperme en cientos de pedazos minúsculos e inconstruibles. ¡Qué irónico! ¿Hasta que punto es necesario que mi corazón se desboque por encontrar al tuyo? ¿Cuanto tiempo debe pasar para no frenarnos de nuevo? ¿Debemos, o es sólo una grieta entre tanto miedo?
Después de todo este tiempo sin saber de ti, después de intentar convencerme tantas veces de que esto era lo correcto. Después de quedarme sin uñas por pensarte demasiado, me veo en el mismo punto que hace unos meses pero evolucionada, distinta, nueva y un poco más sanada. Tengo nuevas lágrimas que llorar y no por los mismos motivos. Quiero poder volver a discutir contigo, pero por otras situaciones, por otras inseguridades. Quiero que sea igual, pero tan distinto que no nos reconozcamos el uno al otro. Ojalá tuviera el valor y las agallas necesarias para apostarlo todo a una, pero sigo teniendo miedo.
Y sé que lo que diré ahora es contradictorio, confuso, enredado y difícil (imagínate el caos de sentimientos que provocas en mi) pero me cuesta cerrar paréntesis, y más cuando son el punto de salida, el origen del nuevo camino, el lugar del cual partir. Me cuesta verlos como algo intermitente que no afecta a mi transcurso, por que sabes qué, alborota todos mis esquemas, me rompe las conjeturas y me cambia todas y cada una de las preguntas que antes me atemorizaban.
Sé que la mitad de cosas que he escrito hoy no tienen sentido alguno. Sé que me he saltado la cohesión, la concordancia y la coherencia en cada uno de los párrafos; pero así me siento ahora, tan confusa y a la vez tan ilusionada que asusta. Tengo tantas ganas de mirar a la izquierda de la cama y verte acostado, con la respiración pausada y tranquila, que vendería mi alma al diablo por una noche más a tu lado.
Últimamente estoy siendo muy impulsiva, ¿sabes porque? Porque nunca antes había disfrutado tanto de eso que dicen que de perdidos al río. Si lo hubiera sabido antes, me hubiera lanzado de cabeza y sin chaleco salvavidas a este arroyo que sólo me trae paz.
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