Hacía demasiado tiempo que no me encontraba aquí, de nuevo, escribiendo sobre dolor. Creo que había conseguido no acordarme de todas esas palabras que mantenían mis heridas al rojo vivo, abiertas y supurantes, aunque ya llevaran años intentando sanar, de cualquier modo.
Lo había intentado todo menos perdonarle. Todo, menos entenderme. Todo, todo es lo que dicen los cobardes. Me encuentro de nuevo aquí, escribiendo sobre como encontrar sedantes para el olvido, para la realidad que me rodea, para la realidad en la que vivo desde que tu me mutilaste, desde que tu, sin piedad, sin escrúpulos, me privaste de lo único que quería, de lo único que era imposible tener a tu alrededor; un momento de paz. Un momento en el que sentarte y ver el mundo sin filtros, sin nada más que una mirada clara, sin miedo a equivocarse o incluso consciente de que lo haría al terminar de escribir. Me has roto, entera, en cien mil pedazos. Me has desgarrado con tu manera de mirarme, hundiéndome, haciéndome pequeña, lo justo, lo necesario, para encerrarme en tu prisión personal, en la habitación de las torturas donde nadie, por mejor corazón que tenga, aunque parcheado, puede escapar.
Cómo alguien a kilómetros puede perforarte el alma? Cómo puede una persona, muda tras el teléfono, falta de brazos para escribir cartas, falta de amor para dar; dolerte así, de esta manera tan mortífera, tan dañina?
Cómo yo, que siempre he creído en mi fría barrera contra la tristeza, empiezo a notar el calor, el deshacerse del hielo y así, un dolor punzante en el alma?
Recuerdo, de hecho, siempre lo hago. Intento recordar algo, algo que me aferre a que esto, esto no es real. Algo que me diga que 5 minutos sonará el despertador. Algo, por pequeño que sea, pero algo. Algo que me mire y me pida perdón, algo que me abrace fundiendome del todo, dejándome desnuda, sin nada que esconder, sin ningún sentimiento que retraer. Alguien que nos de una oportunidad de empezar, porque ese el problema, tu y yo jamás empezamos, jamás nos miramos y nos contamos lo que nos gustaba y lo que no. Te gustaba el azúcar en el café? Te gustaba el café? Los granos de la arena en la piel? La brisa fría del invierno inherente en el corazón? Te gustaba el dolor tan poco como a mi? Si es así porque jamás me sentaste en tu regazo enseñándome a vivir, abriéndome las alas para volar a tu alrededor, por que sabes, yo hubiera sido para ti como un satélite en la luna, alguien que observa todos tus movimientos para guardarlos en una cajita, abrirla, de vez en cuando, y aprender, aprender de ti.
No me dejaste ser, lo que por sangre, debería haber sido. No me dejaste nada más que una pena rota en el alma, que un vacío que lo inundaba todo, hasta la sonrisa que tu me quitaste. Y hoy te escribo, porque deberías saber que aquí, a muchos kilómetros de distancia, aunque sea hoy y ahora la única vez que lo reconozco, hay alguien, alguien a quien ya le has robado demasiados días, alguien a quien ya has pisoteado con unas suelas llenas de barro demasiadas veces, alguien que alza la bandera blanca, que se rinde, que se rinde y cede sin más porque sabe, que esto ya no tiene arreglo, ya no tiene principio, ya no me tiene a mi.
Aun kilómetros de ti, te entiendo; será que siento lo mismo que tú.
ResponderEliminar