jueves, 7 de mayo de 2015

La luna vuelve a ser creciente.

Creo que todos tenemos la estúpida costumbre de volver al punto donde nos perdimos, de mirar a unos ojos que ya nos sacudieron otras veces cual huracanes hambrientos. Todos, incluso yo, tenemos la manía persecutoria de abrirnos las heridas que ya sanaron para ver si fueron reales, buscamos esas palabras que nos sirvieron como antídoto para vertirlas en los surcos de nuestros miedos.
Y verás, justo cuando ya creía que no iba a volver a verte te me apareces como si nada, te cuelas por mis sábanas esta noche de lluvia como un perfecto desconocido que parece saberlo todo de mi. Apareces con unos ojos que ya me habían prometido venganza antes de irse, y yo recayendo en mis costumbres, deseo bañarme en ellos aunque sea sólo una noche, a escondidas de ti y del mundo.

Lo cierto es que aún espero que un día ices la bandera blanca, poder bajar el escudo trinchado de tantas balas disparadas a ciegas  con el único objetivo de arrasar con lo que tienen delante.

Pétalos.

Creo que lo que me resquebrajó el alma en cientos de recuerdos fue verlo sin más, inerte y frío. Sus ojos parecían dos oscuras fosas sin esperanza alguna, de hecho, te animaban a tirarte por el hueco de sus miedos para quedarte atrapada y sin salida alguna. Su mirada era un encierro de palabras muertas, de promesas caídas en la primera línea de batalla y yo lo miraba así, perdida en los nudos de su pelo como si no hubiera mejor espera que esperarle hasta la muerte.

Creo que lo que me desbordó el alma fue verlo tan entero, tan lleno de vida y tan harmonioso como las palabras que salieron de mi boca antes de marcharme con el tiempo en la garganta. Tiempo. Tiempo que no necesitó para recomponer su corazón de lo que había sido, según sus lágrimas desechas y derrotadas en la almohada, lo mejor de tantos meses. Que tan rápido le había desaparecido la angustia que decía sentir encerrada cual preso en el pecho, que efímero fue el recuerdo de mi piel rozando cada uno de tus huecos, que fácil ha sido reemplazarme y que ingenua fui si creí que había amor.









A veces las flores dicen más que las palabras.