miércoles, 14 de octubre de 2015

Selaimut.


El café de ayer me supo a miedo diluido. Entre los sorbos se colaba la esperanza que quedaba amarrada en mis dientes bañados por lo que un día fueron tus labios. Verte ahí, bajo el paraguas mirando el reloj, cronometrándome por si había sido demasiado impuntual hizo que se me erizaran todos los poros y dejara de respirar por una centésima de segundo.
Tus ojos parecían mirarme con una plegaría de  clemencia que yo evitaba para no sentirme tan culpable. ¿Dónde quedó todo eso?¿Dónde quedaron las ganas locas de hacernos el amor sobre la mesa tras tirar todos los sobres de azúcar?¿Dónde decidí alojar mi valentía y tus te quiero?¿En que momento le abrimos la puerta al miedo y le dejamos pasar sin hora de vuelta?
Es cierto que cuanto más te pienso, más punzante es el latido de mi corazón, más notables son los "y si" que se clavan en mi garganta como disculpas amontonadas en mi lengua. Cuanto más te veo, más difícil es saber si volví a hacer lo correcto, si podría haber evitado las lágrimas que surcaron tus mejillas por las noches, si no hubiera sido mejor una alianza entre las sábanas...

Alguien me dijo una vez que el dolor es el precio a pagar por estar vivos, por haber sentido una sobredosis de felicidad en vena, por haber amado incondicionalmente, por haber navegado en mares revueltos de quejas y deseos. Lo cierto es que cuando te miro una parte de mi se arrodilla pidiendo un abrazo que me recuerde porqué tú y porqué yo; porqué no mejor dos motas flotando, fluyendo ante la inmensidad que les rodea. Pero luego  me veo bailando en tu cintura, escalando sobre tu espalda, recorriendo caminos aún vírgenes y siento que no puedo arrepentirme de nada. Pues tu me has hecho ser quien soy ahora, otra luz en busca de la aurora.

Pd. A una persona especial.

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