Eso era, tormenta. Un montón de gotas cayendo violentamente contra el suelo, chocando contra el pavimento, como tus caderas, rompiendo el cemento, provocando inundaciones. La fuerza de soltar todo aquello que me había asustado durante tanto tiempo. El asiento trasero del coche o el capó. Era toda la lealtad a Afrodita y la huida extrema del compromiso mientras tus dedos se clavaban en mis nalgas. Serían tus armas, tus esposas o el disfraz de policía que vestía divertida mientras mordía todas tus puntas. Todas las esquinas que me permitían clavarme con furia al deseo. Las llamadas a las 3:30 de la mañana, o los mensajes donde simplemente firmábamos con un "ahora, ya veremos dónde". Locura, eso era.
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