Deslizo mi dedo por la sábana,
acariciándola, privándola de arrugas. Escucho
tu sonrisa y el repiqueteo de tus pestañas.
Sonrío. Se han escurrido las palabras, las frases y los puntos por tu espalda, cayendo, lentamente sobre mis piernas. Te miro, sonríes y es justo en ese preciso momento cuando creo que nada puede ir mal, y, que necesito un abrazo.
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