No puedo seguir luchando en una batalla perdida, ni destruir a un corazón inerte, frío, cansado de tantas cicatrices. Dejarme de engañar era lo justo, lo licito, lo necesario para todo y para nada si hablamos de olvidarte. Uno debe saber cuando abandonar, cuando aparcar los sentimientos, dejarlos en reposo, en una calma absoluta e impasible, como tus labios, como los míos desde que no se encuentran con tu lengua.
Fin del ciclo de la esperanza, de las guerras en nombre del amor y de todo aquello que nos definía, haciéndonos eternos e invencibles. Debo despedirme de las horas muertas esperando una señal que me devuelva un poco de oxigeno al corazón, palabras que pueda malinterpretar para suponer que aún me quieres. Supongo que es mejor así, sin avances, sin retrocesos, sólo en este estado de espera absoluta que ya ni siquiera compartimos, creyendo que lo único que me une a ti es un hilo rojo y unas ganas que chocan con tus murallas cada vez que avanzan.
Chin chin.
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