Ayer volvió a llover sobre mojado y sin embargo no vi caer ni una gota sobre el asfalto. Y digo "volvió" porque es lo que siempre pasa con nuestra lluvia, que permanece, se mantiene flotante en el ambiente y justo cuando menos te lo esperas, cae. Ahora ya no moja, ni siquiera se siente húmeda sobre las pestañas que un día te lloraron tantas noches. Ahora ya no quema, como lo hacía la boca de mi estómago al no saber nada de ti.
Será que la luna ya no es tan grande como antes. Será que ha perdido brillo, fuerza o una de las eternidades que nos prometimos.
jueves, 3 de noviembre de 2016
viernes, 15 de abril de 2016
Eternamente mío.
Es absurdo hablar de empezar de nuevo cuando sabemos que lo nuestro jamás terminó. Pues no hubieron otros labios capaces de encender a fuego lento la llama que arde en mi cada vez que me miras, cada vez que me rozas sin tocarme, bailando lento y al compás de unos latidos demasiado ralentizados como aparentar vida más lejos de lo que puede alcanzar un suspiro; tus suspiros.
Y si estamos aquí, si no nos hemos ido, si siempre hemos permanecido; será porque jamás debimos marchar. Porque todos esos pasajeros que creían tener un billete sólo de ida, tuvieron que quedarse en la estación viendo como nos comemos a besos el alma, como nos despedimos de todos los fantasmas que pudieron vivir durante un tiempo en nuestras vida; un tiempo que ya ha terminado o que simplemente nunca empezó.
Y si estamos aquí, si no nos hemos ido, si siempre hemos permanecido; será porque jamás debimos marchar. Porque todos esos pasajeros que creían tener un billete sólo de ida, tuvieron que quedarse en la estación viendo como nos comemos a besos el alma, como nos despedimos de todos los fantasmas que pudieron vivir durante un tiempo en nuestras vida; un tiempo que ya ha terminado o que simplemente nunca empezó.
miércoles, 30 de marzo de 2016
domingo, 27 de marzo de 2016
Mídeme el alma.
Espero que estés preparado porque no voy a echarme atrás, no pienso mirar ni una vez más el reloj que me regalaste esperando que pasen las horas para volver a besarte. Se acabó ir un paso por detrás del destino, se acabó esperarte sin hacer nada para que vuelvas, para que vuelva todo aquello que me da la vida, que me mantiene a flote.
He decidido lanzarme al vacío sin bote salvavidas, me tiro a la piscina dándome igual si está medio llena o medio vacía, me basta con que estés tu en ella. Después de perderte, de tener que llorarte por las noches y rezar algo a un dios en el que ni siquiera creo, he entendido que no hay nada que entender, que te quiero, sí como lees, te quiero de todas las maneras que se conocen y de las que aún no se han inventado. Y el problema no es ese, el problema es que llevo queriéndote desde mucho antes, supongo, que desde el momento en el que nos cruzamos y un choque magnético de fuerzas nos dejó a cargo el deber de crear huracanes de sentimientos demasiado enredados, demasiado fuertes como para mantenerlos a salvo durante mucho tiempo.
Pero nadando contra corriente y apostando todo a una sola carta, sólo me queda decirte que no pienso dejar de luchar por ti, le pese a quien le pese, le arda a quien le arda; sólo tengo un corazón y debo serle fiel. Me da igual cuantas batallas tenga que ganar o cuantas reinas deba destronar. Me dan igual las lágrimas que deban derramarse en tu nombre, yo no me voy de aquí sin ti, sin todo lo que nos queda por ser. Y no, no creas que será igual, no creas que recorreremos los mismos caminos que nos llevaron a la deriva, he encontrado un par de atajos y algo que venderle al diablo a cambio de una eternidad a tu lado. Así que no sé a que esperas pero yo ya me he cansado de esperar sin ti, ya he tomado una decisión y tú te encuentras en ella por muchos años.
Y si alguien tiene algún impedimento para celebrar esta carrera hacía tu corazón, que hable ahora o calle para siempre.
viernes, 25 de marzo de 2016
Brindo por la historia del hilo rojo.
No puedo seguir luchando en una batalla perdida, ni destruir a un corazón inerte, frío, cansado de tantas cicatrices. Dejarme de engañar era lo justo, lo licito, lo necesario para todo y para nada si hablamos de olvidarte. Uno debe saber cuando abandonar, cuando aparcar los sentimientos, dejarlos en reposo, en una calma absoluta e impasible, como tus labios, como los míos desde que no se encuentran con tu lengua.
Fin del ciclo de la esperanza, de las guerras en nombre del amor y de todo aquello que nos definía, haciéndonos eternos e invencibles. Debo despedirme de las horas muertas esperando una señal que me devuelva un poco de oxigeno al corazón, palabras que pueda malinterpretar para suponer que aún me quieres. Supongo que es mejor así, sin avances, sin retrocesos, sólo en este estado de espera absoluta que ya ni siquiera compartimos, creyendo que lo único que me une a ti es un hilo rojo y unas ganas que chocan con tus murallas cada vez que avanzan.
Chin chin.
lunes, 21 de marzo de 2016
Hay errores que sólo te acercan un poco más a aquello que deseas.
Supongamos que te echo de menos, que las noches sin ti son una garantía de insomnio y los sueños un manojo de recuerdos revueltos. Supongamos que aún te espero a pesar de que hayas decidido besar otros puntos cardinales, otros labios; a pesar de que las manecillas del reloj me ardan a cada minuto, a cada hora, a cada día sin ti. Supongamos que cada vez que llueve te imagino tomando café entre risas, y es que estos días hay demasiado aguacero; o enredado en las sábanas que solíamos conquistar con cada sacudida, con cada sonrisa a media luz. Supongamos que no hubo error alguno, que tan solo necesitaba de tus letras una vez más para alimenta mis esperanzas que se encontraban ya bajo cero, para creer que el tiempo que necesitábamos había llegado ya a su fin, que aún había algo por lo que luchar a pie de cañón. Supongamos que estoy pidiendo a gritos, aunque muy bajito y a media voz, que vuelvas, que me mires y me prometas que todas las promesas que hicimos en esos momentos estaban predestinadas a romperse en cuanto nos diéramos la vuelta. Que no fue por nosotros, que fue por mi, por ti, por todo aquello que no supimos contener entra las yemas de los dedos, por todo aquello que se nos escurrió por querernos demasiado.
Y verás, si suponemos que aún te quiero, que estaría dispuesta a equivocarme las veces que hiciesen falta para verte de nuevo aquí, delante de mi abrazándome mientras decidimos que película ver, no estaríamos suponiendo nada.
domingo, 13 de marzo de 2016
martes, 1 de marzo de 2016
A mi estrella fugaz, al esquimal de mi aurora.
Y con esto sólo quiero decirte que me tienes consumida cual bidón sin gasolina, que los recuerdos que se acuestan a mi lado cada noche sólo hacen que latigarme con lo que podrían ser tus besos, tan venenosos, tan necesarios. Y es que me tienes agonizando, deseando que el tiempo se escurra entre las manecillas del reloj, que pasen años, vidas; pero pásalos conmigo mientras nos reímos de aquel tiempo en que jugamos a reconocernos en otros labios.
Maldita costumbre la mía de darme cuenta de las cosas demasiado tarde, de esperar a que alguien te diga que yo digo que a lo mejor si decides volver voy a bailar un tango sobre la cordura que me mantiene. Y es que después de haber perdido la brújula que me guiaba hasta tu sur sólo me queda encender una hoguera cerca de tu cintura y esperar que el humo te avise de que sigo aquí, justo en el mismo sitio donde decidí volar sin tus alas; y que poca altura alcanzo... Estaba tan acostumbrada a perderte que el día que me vi sin ti no supe donde debía ir, cual era el camino hacía tus labios, ni el atajo hasta tus besos; y no sabes lo que pagaría por un mapa de tus costillas.
Cuentan las leyendas de los siete mares que el mismísimo Barba Roja cedió su pata de palo por verte una noche más bajo su cama; y yo, que no tengo nada más que letras desordenadas y las uñas enloquecidas de tanto mordérmelas espero lo imposible, espero al destino y el momento en el que, sin querer evitarlo, tus y ojos y los míos vuelvan a mirar en la misma dirección, camino a la eternidad, a lo infinito; donde sea pero contigo.
Y losé, se que ahora no es el momento, pero es que nunca he visto a nadie brilla con tanta luz; eres el deseo de todas las estrellas fugaces en una noche de verano, la osa menor de la via lactea, mi pozo de torturas preferido y el pecado que cometería cada noche antes de irme a dormir.
Maldita costumbre la mía de darme cuenta de las cosas demasiado tarde, de esperar a que alguien te diga que yo digo que a lo mejor si decides volver voy a bailar un tango sobre la cordura que me mantiene. Y es que después de haber perdido la brújula que me guiaba hasta tu sur sólo me queda encender una hoguera cerca de tu cintura y esperar que el humo te avise de que sigo aquí, justo en el mismo sitio donde decidí volar sin tus alas; y que poca altura alcanzo... Estaba tan acostumbrada a perderte que el día que me vi sin ti no supe donde debía ir, cual era el camino hacía tus labios, ni el atajo hasta tus besos; y no sabes lo que pagaría por un mapa de tus costillas.
Cuentan las leyendas de los siete mares que el mismísimo Barba Roja cedió su pata de palo por verte una noche más bajo su cama; y yo, que no tengo nada más que letras desordenadas y las uñas enloquecidas de tanto mordérmelas espero lo imposible, espero al destino y el momento en el que, sin querer evitarlo, tus y ojos y los míos vuelvan a mirar en la misma dirección, camino a la eternidad, a lo infinito; donde sea pero contigo.
Y losé, se que ahora no es el momento, pero es que nunca he visto a nadie brilla con tanta luz; eres el deseo de todas las estrellas fugaces en una noche de verano, la osa menor de la via lactea, mi pozo de torturas preferido y el pecado que cometería cada noche antes de irme a dormir.
jueves, 18 de febrero de 2016
jueves, 11 de febrero de 2016
¡BOOOM!
Hay trenes que no admiten pasajeros, que van a marchas forzadas, temerosas. Trenes que no quieren parar en ningún andén que no les ofrezca un rato de lujuria sin compromiso, unas paradas de risas mezcladas con caricias, con recuerdos quizás, o no. Los vagones ya están demasiado llenos de estos.
Los billetes son de ida y vuelta, nunca nadie se queda más de lo que a estas vías les apetece. Y es justo cuando uno empieza a sentirse cómodo entre todas sus habitaciones, cuando empieza a encontrar puertas aún cerradas, que el tren se detiene, se frena en seco como un aviso de aquello que no debes, que no puedes, que dolerá. Las puertas están abiertas a todo aquel que pueda pagar el peaje, el olvido y tener las fuerzas necesarias para no aferrarse demasiado a todo lo que esas ruedas cargan. Puede que sea eso, un tren de carga. Alguien que no está destinado a tener un viaje fácil, que le gusta tanto lo complicado que se le han oxidado las marchas.
No me quedo. Anticipaste mi huida, como siempre, como si ya supieras que no iba a permanecer demasiado tiempo, lo justo para reabrirte un poco las heridas y verter veneno en ellas. Pero que se le va a hacer; hay trenes que simplemente nos recuerdan que algo fue real y...... ¡BOOOM!
Los billetes son de ida y vuelta, nunca nadie se queda más de lo que a estas vías les apetece. Y es justo cuando uno empieza a sentirse cómodo entre todas sus habitaciones, cuando empieza a encontrar puertas aún cerradas, que el tren se detiene, se frena en seco como un aviso de aquello que no debes, que no puedes, que dolerá. Las puertas están abiertas a todo aquel que pueda pagar el peaje, el olvido y tener las fuerzas necesarias para no aferrarse demasiado a todo lo que esas ruedas cargan. Puede que sea eso, un tren de carga. Alguien que no está destinado a tener un viaje fácil, que le gusta tanto lo complicado que se le han oxidado las marchas.
No me quedo. Anticipaste mi huida, como siempre, como si ya supieras que no iba a permanecer demasiado tiempo, lo justo para reabrirte un poco las heridas y verter veneno en ellas. Pero que se le va a hacer; hay trenes que simplemente nos recuerdan que algo fue real y...... ¡BOOOM!
lunes, 1 de febrero de 2016
I'm a mess.
Escribo esto con la soga al cuello, buscándome sangre en alguna de las venas, cortándome en prefacios para sentir, de nuevo, algo doloroso, excitante, vivo; como el éxtasis que me produce verte al otro lado de la pantalla y fingir una sonrisa.
Mentí, mentí cuando me prometí que sería la última vez que te juraba venganza, la última vez que desearía esconderme en alguno de tus huecos, pero que narices, si estos ya están ocupados.
Hoy huyo de ti, de mi, de todo aquello que me pueda recordar aquello que fuimos. Prefiero amarrarme a cualquier cabezal y maldecir a afrodita por no traerte de vuelta, que llorar lagrimas vacías, o llenas de palabras que jamás pronunciaré. A la mierda tú y tus besos que ya tienen cómplice de viaje.
No te engañaré, ya sabes que nunca lo hago. A veces me cuesta encontrarme, mirarme al espejo y recordarme que no aparecerás por detrás dándome un abrazo. Otras veces, con la cordura en la suela de los pies, pisoteada por tanta falta de ti, me envuelvo en cualquiera que sea capaz de estrecharme con fuerza, con seguridad; prometiéndome la eternidad en 20 minutos, en un orgasmo, en sollozos callados a gritos.
Tengo el cuerpo a prueba de ti, de todas tus balas disparadas a media noche, de todas aquellas palabras que leo, de vez en cuando, sólo para hacerme creer que no ha podido ser tan fácil olvidarme. Que en algún momento te invade la nostalgia. igual que a mi boca. Que no soy la única que desearía una sacudida de las tuyas a fuego lento bajo la cintura. Pero qué digo, si tu ya has encontrado otras piernas a las que dejar sin fuerza, a las que regalarse el cielo lleno de estrellas efímeras y sin miedo a la clandestinidad.
He tenido delante mío tantos ojos que fingían ser tus pupilas, tantas manos que imitaban tu grandeza que he decidido dejar de buscarte. Entiendo que no hay esquinas en este atolladero, que el caos es sólo mío, como siempre. Tú ya estas desenredado de este nudo que se formaba entre mi lengua y tus dientes. El roce eléctrico de tus nudillos sobre mi clavícula ha pasado a destellos de luz fragmentados por las lágrimas y te quieros demasiado rápidos. Pero bueno, que le vamos a hacer si a ti el corazón te late con tanta fuerza después de esta huida.
Capaz, yo también soy capaz de olvidarte, pero no demasiado, sólo cuando las sábanas estén calientes y el miedo escondido bajo la almohada. De mientras seguiré aquí, con el flujo sanguíneo entrecortado, esperando que una casualidad me recuerde lo que es el amor de nuevo.
Y siempre, siempre te escribo con el corazón en la mano, sin rencor, sin odio. Sin ti supongo.
jueves, 21 de enero de 2016
Cerrando suturas.
Dicen que lo más importante debe decirse siempre al principio y al final de un texto. El mensaje te penetra como tinta al papel, dejándote marcado de por vida, como si no tuvieras suficiente con todos esos sentimientos que revolotean a tu alrededor, desordenados, impasibles como el éter. Bien pues, siguiendo esta regla que no se quien inventó, y ni siquiera conozco pero que a mi me sirve ahora como excusa, te doy las gracias, las gracias por todo.
He tenido la suerte de compartir un trocito de mi vida contigo, de hacerlo enorme, de aprender de él, de ti, de salir con quemaduras de tercer grado en algún momento y provocarlas en otro. He sentido en primera persona la soledad, la inmunidad que tiene el vacío sobre los corazones y el dolor, cual soldado en primera fila de combate. Pero a su vez, y superando cualquier expectativa prevista, he amado como jamás lo había hecho antes. No digo que lo hiciera bien, pero lo hice, lo hice con todos los poros que posee mi piel, hiciste que se dilataran mis pupilas con uno sólo de tus respiros y erizaste cada pliegue de mi alma elevándolo hasta lo más alto, lo inalcanzable.
Por todo esto, por todos los momentos compartidos, aquellos en los que nos hubiéramos clavado las tildes de las esdrújulas en las costillas para vernos sangrar en el suelo, declarándonos vencedores en una batalla de egos. Por aquellos en los que las nubes nos quedaron demasiado bajas y el limbo no era una opción para permanecer. Por todo esto, y por mucho más, gracias. Gracias por haberme ayudado en tanto, y a veces tan poco. Por ser mi apoyo en momentos que ni yo lo hubiera sido, incluso cuando mi sombra hubiera desaparecido cobarde y egocéntrica, esclava del miedo y prejuiciosa. Gracias.
Por todos los besos, los abrazos, los aquí te pillo y te hago mío, los te quiero a poca luz o deslumbrantes cual estrellas fugaces. Por todas las peleas que no terminaban, las palabras que deberíamos haber controlado, las lenguas codiciosas y los mordiscos envenenados. Por todos ellos, todos los que nos ayudaron a crecer sin miedo, a ser un poquito más fuertes y a servirnos como referente de lo que no hay que hacer, gracias. Por que sin ti no hubiera sido capaz de darme cuenta de todos los fallos, los errores, las taras que tengo y debo corregir.
Gracias también por darme cariño, por hacerme sentir especial aún sabiendo que no soy más ni menos que otro. Por sorprenderme cada día con tu dulzura, tu tozudez, tus sueños, tus miedos y todo aquello que era nuestro y siempre será. No puedo estar más agradecida, no sé como darle las gracias al destino por ponerte un día en mi camino, por bajar por las escaleras el mismo día que yo las subía. No ha habido nadie, nunca, que me provocara esa locura, esas ganas descontroladas de tirarlo todo a la borda y luego, arrepentida, divagar desconsolada a tu cintura pidiendo clemencia, perdón, una sentencia injusta a mis actos. Gracias, gracias por hacer de juez corrupto y pasar por alto todas mis delincuencias contigo.
Podría seguir dándote las gracias por tantas cosas que esto se haría interminable, como el firmamento o la luz de todas aquellas historias que quedarán siempre en el recuerdo. Así que me despido con un hasta siempre. Hasta que el destino vuelva a hacernos coincidir y tomar un café, o dos; y reírnos por todo lo que pasó, lo que pudo ser y dejamos escapar. Pero sobretodo, por saber que no podría haber sido más maravilloso de lo que fue. Brindemos por todas las madrugadas sin dormir, por el amor que derramamos, los miedos que superamos y la confianza que tuvimos.
Pero sobretodo, brindemos por que esto no quede en el olvido. Recordémonos, algún día en algún mes cualquiera, sin ninguna fecha clave y deseemonos los mejor, aquí o a cien miel kilómetros, en soledad o acompañados de otros labios.
Y siguiendo con aquella regla imaginaria que he decidido inventar como excusa para escribirte esta despedida, te doy las gracias de nuevo y te deseo, siempre, lo mejor. Nos vemos en la aurora, ¿Te atreves?
He tenido la suerte de compartir un trocito de mi vida contigo, de hacerlo enorme, de aprender de él, de ti, de salir con quemaduras de tercer grado en algún momento y provocarlas en otro. He sentido en primera persona la soledad, la inmunidad que tiene el vacío sobre los corazones y el dolor, cual soldado en primera fila de combate. Pero a su vez, y superando cualquier expectativa prevista, he amado como jamás lo había hecho antes. No digo que lo hiciera bien, pero lo hice, lo hice con todos los poros que posee mi piel, hiciste que se dilataran mis pupilas con uno sólo de tus respiros y erizaste cada pliegue de mi alma elevándolo hasta lo más alto, lo inalcanzable.
Por todo esto, por todos los momentos compartidos, aquellos en los que nos hubiéramos clavado las tildes de las esdrújulas en las costillas para vernos sangrar en el suelo, declarándonos vencedores en una batalla de egos. Por aquellos en los que las nubes nos quedaron demasiado bajas y el limbo no era una opción para permanecer. Por todo esto, y por mucho más, gracias. Gracias por haberme ayudado en tanto, y a veces tan poco. Por ser mi apoyo en momentos que ni yo lo hubiera sido, incluso cuando mi sombra hubiera desaparecido cobarde y egocéntrica, esclava del miedo y prejuiciosa. Gracias.
Por todos los besos, los abrazos, los aquí te pillo y te hago mío, los te quiero a poca luz o deslumbrantes cual estrellas fugaces. Por todas las peleas que no terminaban, las palabras que deberíamos haber controlado, las lenguas codiciosas y los mordiscos envenenados. Por todos ellos, todos los que nos ayudaron a crecer sin miedo, a ser un poquito más fuertes y a servirnos como referente de lo que no hay que hacer, gracias. Por que sin ti no hubiera sido capaz de darme cuenta de todos los fallos, los errores, las taras que tengo y debo corregir.
Gracias también por darme cariño, por hacerme sentir especial aún sabiendo que no soy más ni menos que otro. Por sorprenderme cada día con tu dulzura, tu tozudez, tus sueños, tus miedos y todo aquello que era nuestro y siempre será. No puedo estar más agradecida, no sé como darle las gracias al destino por ponerte un día en mi camino, por bajar por las escaleras el mismo día que yo las subía. No ha habido nadie, nunca, que me provocara esa locura, esas ganas descontroladas de tirarlo todo a la borda y luego, arrepentida, divagar desconsolada a tu cintura pidiendo clemencia, perdón, una sentencia injusta a mis actos. Gracias, gracias por hacer de juez corrupto y pasar por alto todas mis delincuencias contigo.
Podría seguir dándote las gracias por tantas cosas que esto se haría interminable, como el firmamento o la luz de todas aquellas historias que quedarán siempre en el recuerdo. Así que me despido con un hasta siempre. Hasta que el destino vuelva a hacernos coincidir y tomar un café, o dos; y reírnos por todo lo que pasó, lo que pudo ser y dejamos escapar. Pero sobretodo, por saber que no podría haber sido más maravilloso de lo que fue. Brindemos por todas las madrugadas sin dormir, por el amor que derramamos, los miedos que superamos y la confianza que tuvimos.
Pero sobretodo, brindemos por que esto no quede en el olvido. Recordémonos, algún día en algún mes cualquiera, sin ninguna fecha clave y deseemonos los mejor, aquí o a cien miel kilómetros, en soledad o acompañados de otros labios.
Y siguiendo con aquella regla imaginaria que he decidido inventar como excusa para escribirte esta despedida, te doy las gracias de nuevo y te deseo, siempre, lo mejor. Nos vemos en la aurora, ¿Te atreves?
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