Querido Sant Jordi,
Debe ser muy duro año tras año luchar contra el mismo dragón, por una princesa que nunca termina de bajar de su torre alta y ruda de marfil. No quiero imaginarme lo cansado que tiene que ser saber que vas a perder y salir con heridas de tercer grado y aun así, ir listo para luchar. Así que hoy, si te apetece y me das el placer, quiero explicarte la historia de un modo distinto.
Había una vez, una princesa con un corazón muy grande, pero con unas inseguridades muy arraigadas y unos muros muy bien construidos. Vivía en una torre muuuuuy alta, rodeada de alambre y custodiada por un terrible dragón. Muchos caballeros intentaron trepar por ella para rescatar a la dulce princesa, pero pocos llegaban hasta arriba, y los que lo hacían, no ganaban la partida contra esa enorme criatura enfurecida.
Sin embargo, un día apareció un caballero que rompió con todo lo anterior. Subió sin armadura por la larga torre, y venció al dragón y a toda su furia. Cuando fue a buscar a la princesa, esta se asustó. No quería bajar de la torre, pues nunca antes había vivido fuera de esos muros, ahí donde podían hacerle daño. Nunca antes había dejado su cuidado a cargo de nadie, y jamás de los jamases había vivido sin su dragón. En efecto, el dragón del que todo el mundo se escondía, había terminado convirtiéndose en su amigo. Al fin y al cabo, cuando uno construye y vive entre muros, cualquier compañía parece válida, incluso aquella que ahoga, aísla y cuarta.
Muy decidida, la princesa le dijo al príncipe que podía volver por donde había venido, que nadie atacaba a su pequeño amigo y que mucho menos iba a bajar de su torre enmurallada. Con el tiempo, el príncipe probó una tras otra vez de rescatar a la princesa de ella misma, pero esta se negaba, tenía tanto miedo... Hasta que un día el valiente caballero desistió. Se quedó sin fuerzas, se llenó de miedos y empezó a construir un muro alto y robusto, parecido al hogar de la dulce princesa. El también había sufrido, y no quería volver a sentir el aliento del dragón detrás de su nuca.
Con el tiempo y mucha ayuda de las hadas madrinas, la princesa entendió que ese dragón fuerte y furioso era ella misma cuando se volvía intransigente, tozuda y distante; y empezó a entender a aquel príncipe que un día arriesgo su vida por ella. La bofetada de realidad fue tan grande que los muros que sujetaban la alta torre de la princesa cayeron de golpe, quedando convertidos en mil añicos de piedra y cemento. Y de repente la princesa sintió muchísimo dolor. Se encontraba perdida, nunca había estado tan expuesta, tan asustada, sin nada ni nadie que la guiara o la protegiera. Se hizo un ovillo y lloró durante más de tres semanas. Pero a la cuarta, levantó la vista y vio que delante de sus ruinas había una torre igual de alta que la suya, igual de forjada, igual de maciza. A lo alto de ella, pudo ver la cabecita de aquel príncipe que había sido derrotado tantas veces antes por su dragón. De repente el corazón de la princesa latió, fue mágico e inesperado. Su corazón empezó a vivir después de tantos años acorazado, empezó a latir a más de 6000 revoluciones por segundo. Vibraba con cada pensamiento, sentimiento y lo más importante, su corazón reconocía que ese dragón del cual ella había sido esclava, no era más que ella misma asustada y con muchos miedos.
Así pues, desnuda ante el mundo supo que tenía que subir a lo alto de esa torre, igual que tantas veces lo había hecho el príncipe. Pues si él estaba ahí encerrado, era porque ella no había visto a tiempo que alimentar al dragón, era alimentar al desamor, la soledad y el egocentrismo. De repente escuchó un grito en la lejanía, un susurro ahogado, la última palabra de alguien agonizando. Era el príncipe, pero la princesa no tenía claro si le gritaba "te quiero" o "no vuelvas más". Con tanta distancia de por medio todo parecía confuso. Así pues, la princesa se secó las lágrimas, dejó el miedo a un lado, se plantó ante el problema y le dijo "te voy a solucionar". Si algo tenía claro, es que si había, aunque solo fuera un 1% de posibilidades de que el príncipe gritara lo primero, iba a calzarse las botas de escalar, hacerse con una cuerda y trepar hasta llegar a lo alto de esa larga torre construida con un miedo tan fuerte.
La princesa no sabía si al llegar este la recibiría con los brazos abiertos o la invitaría, igual que hizo ella, a volver al suelo; pero fuera lo que fuera valdría la pena.
Me gustaría contarte el final de la historia Sant Jordi, pero la princesa aún no ha alcanzado su objetivo, aún no ha conseguido que ese valiente caballero le de la mano, brindándole así una oportunidad. Pero yo que la conozco muy bien, me ha dicho que te diga que esta tranquila, que no le importa tardar (pues dicen que todo aquello que vale la pena cuesta un poco más de lo que a uno le gustaría) y que va a luchar hasta el final.
Será que para esta princesa aún no ha acabado el cuento, será que esta vez está dispuesta a escribirlo de su puño y letra, aunque le salgan callos, aunque termine antes de llegar al final.
No hay comentarios:
Publicar un comentario