sábado, 19 de mayo de 2018

Mi casa, mis cuadros.

Recibir respuesta a mis plegarias había sido duro, un choque de sensaciones y sentimientos que me había dejado lo suficientemente desvalida para llorar durante dos días y levantarme al tercero para decir "no más; no de este modo". Así pues, teniendo en cuenta que esta es mi casa, que tenía una habitación llena de cuadros para colgar y demasiadas paredes vacías, nada me impedía ordenar los pensamientos y plasmarlos una vez más, sobre este lienzo que narraba de alguna manera extraña, la historia de dos personas que estaban sin ser.

De su comentario extraía tres ideas:
1. Creía que le había cambiado ("di que cambiaste al chico del cual te enamoraste").
2. Creía que no le quería ("y ahora ya no lo quieres").
3. Creía que sólo le querría si fuera el de antes ("quiere el mismo juguete nuevo y reluciente").
Meses atrás le hubiera tachado de insensato, osado y estúpido; sin embargo ahora podría mirarle fijamente a sus pupilas y explicarle porque estaba tan de acuerdo con lo primero, tan en contra de lo segundo y dubitativa en lo último.

Sí, te doy la razón. Te he cambiado, no me eximo de culpa ni de responsabilidad, no me escondo, pues estoy pletórica por ello. Las relaciones son eso, la posibilidad de cambiar, evolucionar, progresar y todos los sinónimos que encuentres para denominar mejoría. Estoy feliz de haber provocado algo en ti. Quizás las formas no fuero las correctas, quizás tampoco era el momento; pero aun no tenía herramientas ni armas para hacerlo distinto. Además, tu también has hecho que yo no sea igual. Ambos nos hemos dado la oportunidad de ser mejor, de ser diferentes, de conocer nuestros límites y nuestro margen de error. Nos hemos hecho, construido, edificado. Hemos creado bases con materiales baratos, destructibles y poco sólidos; por eso siempre caemos desplomados, por eso siempre intentamos cambiar algún ingrediente de la mezcla inicial, sin darnos cuenta que ya no estamos en el inicio, si no en el proceso. Pero sí, te doy la razón. Te he cambiado. Me has cambiado. Hemos crecido, y aunque a veces lo hemos hecho demasiado rápido, no cambiaría por nada del mundo todos estas idas y venidas, todos los huesos soldados a medias ni la estructura deficiente de nuestra enseñanza por inercia, quietud o algo parecido a un lago estancado donde todo se conserva igual, donde nada brota ni florece.

Después de leerte (pocas veces lo hago, pocas veces me dejas, y cuanto me gusta), había caído en que era obvio que siguieras pensando lo mismo, si aun no te había contado nada nuevo. Siempre esperaba la ocasión perfecta, el momento para mirarte y soltarlo, así sin más. Supongo que quería tenerte delante y notar tus manos siempre calientes en mi mejilla, recogiéndome las lágrimas que correrían libres al abrir por fin mi corazón ante ti. Ahora entiendo que no hay momento perfecto, que todo tiene magia si es que aun existe, y que las palabras llegaran directas donde tengan su destino, sea del modo que sea. Así pues, déjame explicarte.

Siempre te dije que no, mi consciencia no dormía recordándome que no debía dejarme llevar más de la cuenta si no quería sufrir; aunque yo en aquel momento aun no sabía lo que era eso. Siempre tenía miedo. Miedo a que no fuera bien, miedo a hacerlo igual que siempre, miedo a no merecer, miedo a terminar. Todo lo acompañaba del miedo, y justamente esto me frenaba. En aquellos momentos necesitaba verte intacto, fuerte, dentro de la caja donde viene el juguete nuevo, empapelado y reluciente; y aun sin saber por qué, sólo sabía que no podía permitirme nada menos perfecto. Después de bucear en mi, mis bases, mis sentimientos, mi vida contigo y sin ti; he descubierto que si te necesitaba robusto, implacable e indestructible era porque yo estaba rota, quebrada y sin fuerzas.

Me conoces lo suficiente como para saber lo duro que ha podido ser para mi descubrir que estaba perdida en una coraza de fuerza, sorbería y poca razón. Sé que reconocerías el ruido que hizo mi corazón al descubrirse a él mismo escondido, pequeño y asustado. Pero así fue, entenderme, verme pequeña, indefensa y lloriqueando fue la única manera de verme humana, real, imperfecta y feliz. Vi mis cicatrices, las heridas supurantes y las suturas mal cosidas. Me miré al espejo y entre tanto caos empecé a reconocerme, a encontrarme, a entenderme y a quererme de una manera agónica y  necesaria. Estarás pensando ¿y a que viene todo esto?, pues verás, viene a que ahora que me he notado las alas desplumadas, torcidas pero no por eso menos fuertes ni vivas, no pretendo encontrarte en una caja nueva, perfecta y llena; sino entender tus lágrimas, tus vacíos, tus maneras de cicatrizar; no somos tan distintos al fin y al cabo.

Ahora he entendido que no puedo exigirte que estés entero, intacto, perfecto y sano; no puedo esperar de ti estabilidad siempre, calma y flexibilidad; porque yo no soy perfecta, tengo muchas heridas y cicatrices que contar, pero no por ello menos ganas de luchar. Ya he entendido que una derrota no es perder y que ganar no siempre es obtener. Ojalá pudieras dormir una noche en mi corazón, estoy segura que te enamorarías de mi otra vez sin pensarlo, ojalá pudieras ver mi alma y entender que mis cicatrices buscan las tuyas para florecer. Y que te quiero así, roto, imperfecto, herido y desconsolado; porque tu me tendrás que querer del mismo modo.

Así pues, llegados a este punto creo que no es necesario que te explique porqué estoy en total desacuerdo con el punto dos, ¿verdad?













Procuro olvidarte - Aitana

Escribir(te), publicar, dejar mis sentimientos por escrito había sido siempre el modo, nuestro modo de conocer exactamente en qué punto nos encontrábamos, el canal de comunicación cuando el silencio se alargaba más de la cuenta. Esto era simplemente permanencia, la manera de plasmar que algo no había terminado, al menos no de manera definitiva. El modo de recordarnos que uno de cada tres latidos iba destinado al otro, y que parte de nuestra sangre fluía para bombear todo aquel amor que teníamos aun guardado para regalarnos. Colgar los cuadros, las letras, las canciones, era sólo la punta el iceberg, dime porque sino estás aquí, qué esperas leer, qué quieres sentir; ¿acaso quieres sentir de nuevo, estas dispuesto a darme la mano, te atreves a decir V? 



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