¿Quién creía en supersticiones? ¿Quién habló de la mala suerte; quién la temía? ¿Quién puso en manos de un número aquello cuanto quería, y, no confió en si mismo para no depender de éste? ¿Qué necio, es capaz de basar todo en un simple acto, dejando de lado tantos ínfimos, pero al fin y al cabo, detalles? ¿Quién dijo que sorpresas sencillas son ordinarias? ¿Quién no apostó por ésto? Seguramente aquél que lo hizo, no siente lo que yo, porque cambiaría radicalmente todo cuánto piensa; pues mi suerte no radica en un número, ni en la opinión de otros, sino, en pequeños detalles, en hacer de cada día, un nuevo mundo de sensaciones, de nuevas sorpresas, de nuevas palabras, pues éstas cambian dependiendo del sentimiento que expresan, por lo que, permíteme inventar a tu lado miles de vocablos, para acercarnos, cada vez más, a aquello cuanto sentimos. Por eso y por todo, mi suerte, nuestra suerte, no radica en un número; sino en nosotros.
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