Después de sumar en una palma las mentiras que descubres con el tiempo, las jugadas, los malos ratos, la tinta que iba descoloriendo mi sonrisa, he decidido, sin más preámbulos, no dejar de creer en el amor. A lo mejor me equivoque 8 veces más después de tu espalda o vaya con un pañuelo marinero en los ojos para saber quien besa mejor, pero no me da miedo equivocarme, ni mucho menos, caer de nuevo en los mismo baches.
De ti, he aprendido demasiadas cosas que no debería de saber aun. He aprendido como despedirme sin sonar despectivo, como regalarle el mundo a alguien en cientos de vocablos para luego desmontarlos en mil piezas de lego. Pero también y aun que me duela seguir reconociéndolo he aprendido a quererme, a saber que quiero y que no, a no pensar siempre en si alguien va a sentirse mal, pues realmente, ni si quiera tu te preocupaste de acunarme entre tus brazos. Así que, me llevo una carrera de rotundas decisiones, de palabras medio descosidas en tu campanilla. Me he llevado todo el odio para quemarlo en una caja de madera mal forjada, como los cimientos que creímos haber calculado.
Y verás, cuando hoy me han dicho que a nadie se le dedica un minuto si no es por que le quieres me he quedado tan sorprendida como me quedé ayer con tu despecho, con tus palabras que realmente algún día retumbarán en ti, o quizás no, quizás eres capaz de repetirlas y quien sabe si de prometer otra luna.
El caso es, y lo cierto, que los minutos que desgasto acordándome de el dolor que causas cada vez que me voy es a cada paso más pequeño, menos doloroso aun que siempre más rudo, más crudo, más frío. Pero bueno, ni si quiera espero calor, por tu parte. Ni si quiera lo quiero, pero me gusta escribirte, me gusta acordarme de las sonrisas y de los momentos en que debimos darnos de bofetadas en toda la cadera para dejar cojo al otro. Me gusta decir que esto se acabó y pensar en lo jodido que puede ser el mundo con otro amor, o lo bonito. Y lo que más me gusta es eso de ver como tu luna no llega ni a media estrella, pero verás, y veré yo, la felicidad no depende de cuanto brilles si no de cuanto hagas brillar al otro, y a mi, ya me estabas dejando camuflada entre la oscuridad machando mis puntas con tu forma de arrastrarme al vacío.
Supongo que ahora, ya me has echo feliz, supongo que ahora ya me has echo brillar.
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